miércoles, 30 de septiembre de 2009

Seis puntos

Ya tengo esa marca imborrable que dejan algunos viajes. Lo logré en menos de un mes. Y no me refiero a un recuerdo fugaz, o a un metamorfosis profunda del alma. Lo mío es más concreto. Más tangible. Mi marca imborrable surgió de un porrazo contra una de las hermosas veredas de Morningside Heights. El resultado fueron seis puntos (pensaba que eran cinco, pero después me descubrí uno abajo del bigote) en el lado derecho de mi labio. Cuatro fueron por afuera, dos por adentro.

Llegué medio lelo a la sala de emergencia, pero en pleno uso de mis facultades motrices y mentales (el porrazo no fue tan duro). Me pusieron una cinta con mi nombre y un código en una muñeca. Me midieron la presión, la glucemia y la temperatura. Apareció un médico. Me mira, me toca, me pregunta qué pasó (momento oportuno para contar que todo comenzó con un desmayo) y me dice que espere. Vuelve al rato. Me pone una manta azul esterilizada sobre la cara, con un pequeño círculo que dejaba ver el labio. El suero empieza a correr por mi boca (he tragado cosas mejores), tres pinchazos, aguja e hilo. Finalmente, una radiografía de mi cara (dos, porque la primera salió mal).

Ayer me sacaron mis seis puntos. La última vez que pasó algo similar fue hace 22 años. Un descuido dejó mi frente estampada en el borde del patio de la Escuela Tomás Godoy Cruz, donde hice la primaria, en Mendoza. Curioso: también era un día de lluvia. Pero como reza uno de los himnos truchos de Milli Vanilli: "No culpes a la lluvia"...

sábado, 26 de septiembre de 2009

La Morocha

La Morocha me quiere.

Me espera bajo cualquier circunstancia. No le importa a qué hora llego, ni el estado en el que llego. A veces me espera abierta, lista para que la toque y la acaricie. Otras veces me espera cerrada, aguardando ese suave roce de mi mano que me conecta con ella.

La Morocha no me pide nada. Puedo no darle bola un día, dos días, una semana, y no importa: cuando vuelvo ella está igual que la última vez. Puedo llevarla a donde quiera, sea de día o de noche, sin avisarle nada, y ella viene igual, sin preguntar nada.

La Morocha se enciende en segundos. Hace varias cosas a la vez y puede bancar dos, tres y hasta cinco horas sin cansarse. Y lo mejor de todo es que piensa rápido. Lógico: tiene dos cerebros. Hasta ahora me habla en inglés y en español, pero sabe muchos más idiomas.

La Morocha es una pluma. Puedo alzarla con una mano, sacarla al balcón para que tome aire, salude y le sonría a los árboles y los edificios sin siquiera cansarme de sostenerla.

Es linda la Morocha... Tan linda que mejor se las presento:


miércoles, 23 de septiembre de 2009

miércoles, 2 de septiembre de 2009